¿Sabías que no podemos “controlar” lo que sentimos, pero sí aprender a regularlo? En este artículo el psicólogo Sebastián Peña explica qué son las emociones, cómo influyen en nuestra vida y comparte 5 estrategias prácticas de regulación emocional. Lee más.
Las emociones nos acompañan desde el primer hasta el último día de vida. Son uno de los principales motores de nuestra conducta cotidiana: influyen en cómo hablamos con alguien, vamos a una reunión o evitamos ciertas situaciones. Y, si queremos acercarnos a la vida que deseamos, necesitamos aprender a manejarlas.
¿Qué es una emoción?
Una emoción es una reacción psicofisiológica involuntaria. En palabras breves: las emociones son reacciones y responden a estímulos que pueden ser externos (una discusión, por ejemplo) o internos (como un pensamiento). Afectan tanto la mente como el cuerpo. Modifican pensamientos, generan sensaciones físicas como sudoración o taquicardia, y activan procesos neuroquímicos. No elegimos sentir una emoción. Por eso no hablamos de “controlar” emociones, sino de regularlas.
¿Qué es la regulación emocional?
Es el proceso de identificar, comprender y gestionar adecuadamente nuestras emociones. No buscamos eliminarlas, sino reducir su intensidad para que no interfieran con nuestras decisiones. Las emociones intensas suelen llevarnos a actuar impulsivamente, mientras que las reguladas nos permiten responder de manera más reflexiva y efectiva.

¿Cómo desarrollar la regulación emocional?
Eliminar factores de vulnerabilidad: antes de aprender a regular emociones, el cerebro debe tener la capacidad para hacerlo. Esto depende de nuestro estado físico y psicológico. Factores de vulnerabilidad como el mal dormir, una alimentación deficiente, dolor físico o estrés crónico reducen los recursos mentales disponibles. Por eso, el autocuidado básico (dormir bien, alimentarse adecuadamente y mantenerse activo) es fundamental.
Nombrar la emoción: nombrar lo que sentimos es un paso esencial. No podemos gestionar algo que no sabemos identificar. Decir simplemente “me siento mal” no es útil, ya que “mal” no es una emoción. Para nombrar correctamente lo que sentimos, necesitamos desarrollar un buen léxico emocional. Cuantas más palabras tengamos para identificar emociones, mayor será nuestra capacidad para entenderlas y expresarlas.
Entender la emoción: una vez nombrada, hay que entender por qué aparece. Las emociones tienen causas, que pueden ser internas (pensamientos, recuerdos) o externas (situaciones, interacciones). Comprender ese origen ayuda a tener claridad sobre qué estamos viviendo y cómo actuar. Las emociones también están muy ligadas a nuestros valores. Por ejemplo, si una persona valora intensamente la delgadez, ganar peso puede generarle una reacción emocional desproporcionada. Entenderlo, permite conocer mejor nuestra forma de ver el mundo.
Responder a la emoción: saber qué sentimos y por qué lo sentimos nos permite preguntarnos: ¿Qué hago con esta emoción? Regular no es reprimir ni actuar impulsivamente. Es responder de manera congruente con lo que sentimos y con nuestras metas. Si un estudiante siente miedo de reprobar un examen, una respuesta saludable sería estudiar. Si, en cambio, evita el tema o come en exceso por ansiedad, está actuando de forma desadaptativa. Responder adecuadamente a una emoción requiere habilidades para resolver problemas, lo que muchas veces también implica autoconocimiento, planificación y acción dirigida a objetivos.

Regulación emocional como factor protector: la regulación emocional es una herramienta clave de prevención y cuidado. Cuando una persona identifica lo que siente y entiende por qué lo siente, disminuye la necesidad de usar conductas dañinas para calmarse. Además, se reduce la autocrítica, mejora la autoestima y se fortalece la imagen personal.
Durante toda la vida nos vamos a enfrentar a situaciones que activan emociones de todo tipo. La diferencia entre actuar de manera impulsiva y actuar de forma efectiva puede determinar nuestra calidad de vida, nuestras relaciones, e incluso nuestra salud mental.
Por eso, trabajar en nuestra capacidad de autocuidado, entender nuestras emociones y aprender a responder a ellas con inteligencia no solo nos hace más fuertes: nos hace más humanos y conscientes de vivir la vida que realmente queremos.