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El síndrome del impostor es un fenómeno psicológico que afecta a muchas personas, haciéndoles sentir que no merecen su éxito. Aquí te damos algunos consejos para identificarlo y evitar que te sabotee.
Henry Rodríguez se desempeñó como vicepresidente regional de una multinacional de telecomunicaciones, en Nueva York, durante varios años. Cuando le preguntaron cuál era el secreto de su éxito, se limitó a decir que todo era obra de la suerte pues no se consideraba una persona demasiado inteligente. Sin saberlo, Henry estaba haciendo referencia a un síntoma típico del síndrome del impostor, un fenómeno psicológico que afecta a miles de personas en el mundo y que quien lo padece, siente que no merecen el éxito que tiene porque no es tan bueno como piensan los demás.
Si constantemente crees que no estás a la altura de tu rol laboral, piensas que no tienes las habilidades para obtener un ascenso, no te crees merecedor de lo bueno que te sucede y estás convencido de que todos tus logros son obra de la suerte, entonces tienes algo en común con la ex primera dama de Estados Unidos, Michelle Obama, la cantante Taylor Swift y el actor Tom Hanks: padeces el síndrome del impostor.
“Este es un patrón de comportamiento psicológico que conduce a las personas a pensar que no son merecedoras de sus éxitos y que no tienen competencias o habilidades. Debe su nombre a que quienes lo padecen, precisamente, sienten que están cometiendo un ‘fraude’. Aunque cuando se definió en 1978 por parte de dos psicólogas de la Universidad de Georgia en Estados Unidos, estaba asociado a las mujeres, hoy no discrimina géneros”.
No existe una verdad absoluta con respecto a las causas que originan este síndrome, pero diversos estudios han concluido que existen por lo menos tres factores que lo desencadenan:
Haber tenido una infancia marcada por padres exigentes que pedían a la persona las máximas calificaciones, la castigaban cuando no obtenía ese resultado y la comparaban con sus hermanos.
Haber experimentado una alta exigencia de logros o altos estándares en el entorno académico o laboral.
Tener una personalidad perfeccionista, priorizar la autoexigencia, autocrítica y pensamientos como “debí haber hecho esto mejor” o “pude lograrlo de otra forma”.
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El síndrome del impostor no se desarrolla solo en el ambiente laboral. Tanto en el ámbito doméstico como en otros entornos las personas pueden tener la sensación de que son un “fraude”. Básicamente, suelen tener estos tres pensamientos:
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La manager de reclutamiento de Page Consulting en PageGroup explica que el síndrome del impostor puede conducir a desarrollar ansiedad, depresión y otros problemas de salud mental. En el trabajo, se observan efectos negativos en términos de la construcción de una carrera, el clima laboral y la productividad.
“Quienes padecen este síndrome tienen poca confianza en sí mismos, por lo que temen aceptar nuevos roles. Dejan de crecer en una organización por miedo, incluso llegan a rechazar propuestas de ascenso. Prefieren quedarse donde están, con lo que ya conocen y manejan”, dice la experta.
Por otro lado, las personas viven comparándose con sus compañeros y se repiten mensajes como “a él sí le sale bien” o “él sí tiene la capacidad y yo no”. Además, dejan de pedir ayuda a otros cuando la necesitan y no les gusta colaborar porque temen que el otro descubra que son un ‘fracaso’.
Cuando las personas se sienten inseguras con respecto a su desempeño, se reduce su productividad porque se creen incapaces de lograr una meta y de trabajar por ella. Eso termina reflejándose en el resultado de su equipo de trabajo y de la organización.
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¿Qué sucede cuando los líderes se sienten los impostores? María Imelda García afirma que, al asumir que en realidad no merecen sus logros, merman la confianza de quienes trabajan con ellos. Por eso, se les aconseja buscar ayuda psicológica, trabajar con sus pensamientos para que no se conviertan en sus peores enemigos y desarrollar un autodiálogo positivo de forma constante para programar la mente en ese sentido.
“Cada vez que un líder se vea atacado por un pensamiento como ‘no puedo’, debe reconocer que esto le hace daño, evitar acariciar ese pensamiento y cambiarlo por otro como ‘soy capaz’ o el proyecto queda en las mejores manos conmigo. Cada quién debe identificar qué pensamientos le funcionan”, explica María Imelda García.
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Por el contrario, si el “impostor” no es el líder, sino un miembro de su equipo, el líder debe estar atento para detectarlo. Una clave es identificar si la persona se siente bien cuando la están elogiando o cuando llega el momento de una retroalimentación porque los “impostores”, generalmente, minimizan los cumplidos y se sienten incómodos con las evaluaciones de desempeño.
Esto sucede porque en su mente prevalecen los pensamientos de “lo estoy haciendo mal” y “va a darse cuenta de que soy un fraude”. Y estos pesan más que las propias habilidades. Entonces, el líder puede:
Estar al tanto de lo que sucede con los empleados fuera del trabajo porque su baja autoestima se puede deber a una situación externa a la oficina.
Contar con ayuda de psicólogos clínicos, pues son los más idóneos para determinar si una persona sufre el síndrome.
Trabajar en conjunto con las áreas de talento humano y salud ocupacional para crear un plan de ayuda a la persona.
Hacer un seguimiento constante a la evolución y el desempeño del trabajador para saber cómo ayudarlo a superar el síndrome.
Involucrar al equipo de trabajo para que también apoye a su compañero. Ellos pueden hacerle ver sus capacidades y la importancia de sus aportes.
Informarse. Hoy en día existe una amplia literatura sobre el tema, así como profesionales capacitados para tratarlo.
Lo más importante es que tanto los líderes como los empleados sean conscientes de que, si no tratan el síndrome del impostor que padecen, pueden perderse de tener una vida profesional satisfactoria o de sentirse felices y apasionados por lo que hacen. Por eso, deben comprometerse a evitar que los pensamientos destructivos les impidan disfrutar de lo que han conseguido porque en verdad lo merecen.
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Promover la felicidad en el trabajo mejora la calidad de vida de los empleados, impulsa la productividad y genera retención del personal. Un liderazgo empático y consciente es el elemento clave para cultivar la satisfacción laboral y el éxito empresarial.
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